Una OPV (o IPO) no es ni más ni menos que la oferta inicial al público de acciones de una empresa. Aunque lo verdaderamente importante es decidir si vale la pena invertir en dichas acciones…
OPV son las siglas de “oferta pública de venta”. En inglés, este mismo término se corresponde con IPO (initial public offer). Ambas formas pueden utilizarse para referirnos al mismo concepto: la primera vez que una compañía lanza sus acciones al público general, dado que la propiedad (hasta ese momento) corresponde a los dueños de la empresa (uno o unos cuantos socios).
¿En qué consiste esta operación? ¿Por qué se lleva a cabo? Y lo más importante, ¿vale la pena invertir en ella? Estas cuestiones van a ser tratadas a lo largo de estos párrafos.
En el mercado continuo español cotizan una gran cantidad de acciones de empresas; si cruzamos el Atlántico y no presentamos en Wall Street, encontraremos más de 10.000 empresas cotizadas. Ahora bien, todas ellas, en sus orígenes, no cotizaban en bolsa. ¿Qué fue lo que hicieron para poder colocar sus acciones en un mercado organizado?
Vamos a reformular la pregunta anterior: ¿por qué estas empresas decidieron que querían cotizar en un mercado organizado?
Una empresa accede a una bolsa de valores principalmente para captar capital, es decir, captar socios que aporten capital. El capital social de una sociedad anónima se divide en acciones y cada persona que compra esas acciones pasa a ser socio de la misma, aportando capital a la empresa mediante la mencionada compra.
El tener acceso a un mercado en el cual coticen las acciones de una compañía presenta otra serie de ventajas:
Por consiguiente, la salida a bolsa de una empresa es una decisión estratégica de gran relevancia.
No todas las empresas pueden ser admitidas a cotización en un mercado de valores. Para conseguirlo deben cumplir ciertos requisitos previos: tener la forma jurídica de sociedad anónima (el capital de este tipo de empresas está divido en acciones), tener un capital social mínimo de 1.202.025 €, etc.
No obstante, una vez superadas estas barreras, existen varios procedimientos para cotizar en bolsa: la OPV o IPO es uno de ellos.
Supongamos que creamos una empresa, la cual resulta próspera, aunque sus beneficios no son suficientes para permitir expandirnos todo lo que deseamos. En este momento, decidimos (junto con nuestros socios empresariales) vender todas o una parte de las participaciones (en forma de acciones) al público en general. Ofrecemos nuestro paquete de acciones a un precio determinado y durante un período de tiempo establecido. Pero todo este procedimiento se encuentra regulado.
Las OPV, normalmente, son operaciones realizadas por empresas jóvenes que pretenden captar capital para llevar a cabo sus proyectos de crecimiento, a través de la salida a bolsa. Aunque cabe la posibilidad de que se trate de una empresa que ya está cotizando en el mercado, pero sus acciones pertenecen a uno o varios accionistas y quieren ponerlas a disposición de todo aquel que desee comprarlas para captar recursos financieros.
También, una OPV suele ser el procedimiento que emplean las empresas públicas (cuya propiedad pertenece al Estado, parcialmente o en su totalidad) que van a ser privatizadas.
No debemos confundir la OPV con una ampliación de capital, en la que se ofrecen acciones de nueva emisión; no acciones ya existentes, en poder de una persona o unos cuantos socios.
El procedimiento por el cual se ofrecen nuevas acciones que han sido emitidas únicamente para captar más capital se denomina OPS (oferta pública de suscripción). No se trata de una OPV.
Para poder llevar a cabo una OPV (o IPO) es necesario comunicárselo a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (para garantizar la seguridad jurídica de la operación), aportar y registrar todos los documentos necesarios para la oferta (según dicta la legislación vigente), presentar y registrar una auditoría de cuentas de los últimos tres ejercicios; así como la presentación y registro de un folleto informativo de la oferta.
En la operación intervienen varios agentes: asesores legales, encargados de elaborar la documentación necesaria y requerida por la CNMV y la propia Bolsa de Valores; auditores; consultores de comunicación (para informar al público objetivo de la oferta); un agente encargado de gestionar las solicitudes de compra y liquidación de la misma; sin olvidarnos de las entidades colocadoras y aseguradoras de la operación. Todo ello dirigido por un coordinador global (suele ser una entidad financiera o una agencia de valores).
En síntesis, una OPV o IPO es una operación regulada y supervisada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). No es posible lanzar acciones al público al antojo de los dueños de la empresa.
La entidad encargada de dirigir y coordinar esta operación ha de fijar la valoración de las acciones. A pesar de que los dueños de la empresa desearían colocar sus acciones al precio más alto posible, dicha valoración se determina en base a criterios fundamentales, según los balances auditados y las circunstancias de mercado.
No obstante, la valoración de una empresa no suele ser ni mucho menos objetiva, entran en juego una serie de previsiones, estrategia global de la compañía y la capacidad para conseguir beneficios futuros. Ningún analista coincide en cuanto al valor teórico de unas acciones.
Un inversor que pretenda comprar acciones de una determinada empresa, debe atender a su historial; y este debiera ser lo más completo posible. De esta manera se está en disposición de comprobar la evolución, la gestión empresarial ante determinados momentos de crisis, el pago de dividendos constantes, los beneficios crecientes año tras año, etc.
Es cierto que el inversor tiene a su disposición un folleto informativo con los datos requeridos. En definitiva, tan sólo se dispone de la información mínima requerida por los organismos reguladores para llevar a cabo la operación (CNMV, SEC, etc.). Resultaría recomendable contrastar esa información con empresas del mismo sector.
Puede llamar la atención invertir en una IPO, debido al potencial de expansión de una compañía “joven y creciente”; sumado al ruido mediático para captar la atención del público. Sin embargo, determinar el crecimiento potencial y la solidez del negocio resulta difícil, los datos son limitados.
El inversor no tiene toda la capacidad de análisis a la hora de invertir en una OPV que tendría cuando se trata de una empresa ya cotizada (que ya de por sí presenta su dificultad). A esto debemos sumar el riesgo propio que presenta un negocio que no se encuentra del todo estabilizado.
El invertir en acciones requiere tiempo y conocimientos técnicos. Imaginemos la situación cuando tenemos enfrente una empresa que todavía no ha demostrado su capacidad de gestión (dicho de otro modo, tenemos un riesgo de incertidumbre en cuanto a la buena marcha empresarial) y de la cual disponemos de menor información para realizar un análisis. Los inversores minoristas se encuentran en desventaja ante una OPV.
Resulta obvio que estos riesgos se compensasen con mayores beneficios, pero en la práctica no suele ser así en todos los casos.
Así pues, si te preguntas si vale la pena invertir en una OPV o IPO, la respuesta no suele ser sencilla: Puede ser merecedora de ello si conocemos bien el negocio y la estrategia empresarial, somos capaces de realizar un análisis con la poca información disponible y estamos dispuestos a asumir un riesgo adicional. Debería tenerse en cuenta el beneficio potencial para determinar si la inversión compensa.