A finales de 2018 ocurrió algo que los inversores tienden a considerar como malas noticias: el rendimiento de los bonos de Estados Unidos se invirtió por primera vez desde el año 2007.
Que el rendimiento de los bonos del tesoro supere su contrapartida a cinco años vista suele ser un indicio por el que los inversores, y por ende los mercados, depositan una mayor confianza en el crecimiento económico actual que en el futuro. Los analistas de los principales medios advierten que esta situación, que se da en ciertas ocasiones, puede ser la antesala de una inversión en la curva de rendimiento de los bonos del tesoro a dos años con respecto a los de diez años.
Esta circunstancia ha permitido, a lo largo de la historia, predecir con notable precisión casi todas las recesiones económicas de la última mitad de siglo. Así, para los inversores en renta variable, los rendimientos de los bonos son como una sombra que aparece de forma amenazadora en el espejo retrovisor.
En las dos últimas ocasiones, un salto en los rendimientos de los bonos del tesoro fue seguido por una venta masiva en los mercados bursátiles, en especial en Estados Unidos, pero también en los mercados europeos y el IBEX-35. Hay motivos para el nerviosismo. Un mercado alcista prolongado, impulsado en parte por las bajas tasas de interés, deja las acciones a precios muy altos, y con las tasas de interés al alza, los nervios están a flor de piel.
Con la situación actual, la recompensa por mantener acciones de riesgo en lugar de bonos libres de riesgo ha disminuido en los últimos años. Los rendimientos de las acciones en un futuro decaen con las subidas de los precios de las mismas, y las tasas de interés suben de forma casi paralela. Con el mercado de valores perdiendo cierto impulso, la reducción del espacio entre bonos y acciones es motivo de preocupación, que no de alarma.
Ante los indicios, un camino efectivo es reequilibrar la cartera de modo que gran parte de esta variación catalice hacia un saludable mantenimiento de los rendimientos a medio y largo plazo de acuerdo con los objetivos fijados.
La mayoría de las veces, el contraste entre acciones y bonos es una ventaja fantástica para los inversores hábiles. Cada activo se amortiza cuando el otro pierde dinero. En las recesiones, cuando los precios de las acciones caen a medida que se estabilizan las ganancias, la expectativa de que se reducirán las tasas de interés provoca que se desplomen los rendimientos de los bonos. Esto implica que el precio de los bonos suba. En los periodos alcistas, por el contrario, son las acciones las que típicamente prosperan y los bonos los que sufren. En este sentido, las acciones y los bonos son complementarios y deben ser tratados como tales en cualquier cartera efectiva.
Sin embargo, bonos del tesoro y acciones también son rivales. Si los precios de los bonos caen debido a la expectativa de que las tasas de interés reales permanecerán altas, es probable que los precios de las acciones también caigan. Esto se debe a que los rendimientos de los bonos son el criterio por el cual se descuentan los rendimientos de las acciones.
Una buena manera de descifrar el enlace acciones-bonos es pensar en los rendimientos esperados a medio y largo plazo. Las acciones suelen acarrear un riesgo mayor que los bonos, y esto se traduce en una expectativa de obtener rendimientos más elevados, donde también juega un papel importante el precio inicial.
El Tesoro español, siguiendo la tendencia marcada por los nuevos récords y los cambios en el BCE, emitió deuda pública a medio y a largo plazo a principios del mes de julio, rebajando a la mitad el interés al vender. La caída de las rentabilidades en el mercado primario se trasladó al secundario, a la expectativa de si la nueva directora del BCE, Christine Lagarde, confirma el perfil continuista. Desde que el anterior director, Mario Draghi, afirmara que el BCE está preparado para poner en marcha estímulos adicionales si la situación lo requiere, el mercado ha especulado con una rebaja adicional de este tipo de interés. Una medida que preocupa a los bancos que ven cómo su capacidad para elevar los márgenes es cada vez más ajustada.
Si bien bonos del tesoro y acciones siguen a día de hoy a una distancia relativamente segura, esa brecha podría reducirse. Toda estrategia a largo plazo debe tener en cuenta este factor para reequilibrar el portafolio de la cartera acorde a esta distancia, en especial para maximizar los beneficios en el futuro, pero también para mantener la tranquilidad en el presente.