En Fondos.com somos inversores en índices bursátiles porque tienen una historia larga y probada en el tiempo de generar grandes ganancias para aquellos inversores lo suficientemente pacientes como para permitir que la magia del interés compuesto surta sus efectos.
Miles de teorías palidecen ante un hecho probado, real y demostrable: un dólar invertido en 1950 bajo el índice S&P 500, sin ningún movimiento adicional, habilidad o decisión milagrosa, se convierte en el año 2018, en 1216 dólares.
Así, sin más.
La pregunta a hacerse frente a esta información: ¿cómo es posible?
En economía, todo tiene un precio.
Cuanto mejor sea la cosa, mayor será el precio. Y el mercado de valores, con el tiempo, es una "cosa" muy bonita.
Y el precio también está presente aquí, sólo que es más difícil seguirle la pista.
Todo el mundo sabe que el mercado de valores es volátil, por lo que los datos que hemos compartido arriba no hacen justicia ¡en absoluto! al caos que ese inversor tuvo que soportar en esos más de 50 años de espera para su inversión a largo plazo.
Una imagen más realista sería aquella que muestra el índice bursátil con todos los días que estuvo por debajo de su máximo histórico.
Una pista: son muchos.
Es un gráfico caótico y descorazonador. La realidad es que el 90% del tiempo, ese inversor del dólar tuvo menos dinero del que había tenido en algún momento pasado.
Sólo la paciencia y la perseverancia de navegar sobre esa ola de altibajos asegura que, a largo plazo, el retorno de la inversión sea tan positivo.
Ése es precisamente el precio a pagar, un precio enorme, por esos retornos: ver la cuenta, preguntarse qué ha ocurrido, recordar cuánto dinero se tenía, dudar legítimamente sobre la estrategia a largo plazo, son costes reales, aunque difíciles de calcular en términos dinerarios.
Una manera inteligente de sufragar el costo de los retornos de acciones a largo plazo es a través de la diversificación en activos menos volátiles, como bonos del tesoro o efectivo, y entre productos financieros nacionales e internacionales, al estilo que presentamos en Fondos.com.
Sin embargo, el coste de los rendimientos a largo plazo en el mercado bursátil siempre envía una factura, sin importar cuánto o cuán poco se posea.
Así, hay dos formas de ver ese coste:
Muchos inversores probablemente caen en el primer grupo, y eso los lleva, por ejemplo, a intercambiar fuera de los índices del mercado, tratando de evitar cualquier declive.
Consideran que perder un mes, trimestre o año es una señal de que hicieron algo mal o fueron engañados con un mal consejo, cambiando su estrategia de inversión para evitar pagar otra multa.
Menos inversores caen en el segundo grupo, pero es, para la inmensa mayoría de inversores grandes o pequeños, la forma más inteligente de invertir.
La razón es que, a largo plazo, el crecimiento del mercado incluso frente a las reducciones constantes demuestra que se sale ganando. Por eso, pensar que estás pagando una entrada anticipada se acompaña de la sensación de que la recompensa a recibir es mayor al valor de admisión.
Ver la volatilidad del mercado como una multa, implica pasarse la vida saltando, entrando y saliendo, dudando de las inversiones y, en casi todos los casos, perdiendo rendimiento por el camino.
Algo muy habitual cuando se tiene ese sesgo psicológico es entrar cuando el mercado está subiendo y salir cuando se desploma, esto es equivalente a comprar caro y vender barato que es no es la mejor manera de buscar rentabilidad.
La volatilidad es el precio de entrar en el juego, y los mejores inversores no se preocupan de pagarlo con gusto del mismo modo que uno se olvida de lo que vale la entrada cuando es la Orquesta Sinfónica de Viena la que ofrece el espectáculo: vale la pena, desde luego que sí, y todo el mundo se queda hasta el final.